Mientras
más honrado, respetado y genuinamente considerado sea un líder, más poder
legítimo tendrá respecto de los demás. Ser honorable equivale a tener poder.
Las
siguientes sugerencias aumentarán el honor y el poder del líder sobre los
demás:
La persuasión.
Incluye el compartir las razones (el porqué y el cómo), defendiendo con firmeza
su posición pero manteniendo un auténtico respeto por las ideas y perspectivas
de los seguidores. Comprometerse a mantener el proceso de comunicación hasta
alcanzar beneficios mutuos y resultados satisfactorios.
La paciencia con el proceso y con la persona. Mantener una perspectiva a largo plazo y el
compromiso de ser fiel a sus objetivos, a pesar de los errores e inconvenientes
causados por los seguidores, y a pesar de los obstáculos y contratiempos
inmediatos.
La delicadeza,
en oposición al rigor, la dureza y la presión extrema, cuando se debe afrontar
los puntos vulnerables, los desplantes y los sentimientos de los seguidores.
La disposición a aprender de los demás. Actuar con el supuesto de que uno no tiene todas las
respuestas, ni todos los datos. Valorar los diferentes puntos de vista, juicios
y experiencias que puedan tener los seguidores.
La aceptación.
No juzgar a otros, sino otorgarles el beneficio de la duda. No exigir que
presenten pruebas de su desempeño, como condición para afirmar su alta
autoestima.
La bondad, la
sensibilidad, la preocupación y la consideración para con los demás. Tener
presentes las pequeñas cosas o detalles que son importantes en una relación.
La
actitud abierta. Mostrar plena
consideración por las intenciones, deseos, valores y objetivos de los
seguidores, y no concentrarse en su comportamiento. Detectar sus perspectivas y en que
pueden convertirse, respetando en todo su valor lo que hoy son.
La confrontación compasiva. Reconocer la equivocación y la necesidad de que los
seguidores corrijan el rumbo, en un contexto de auténtico tacto y calidez hacia
ellos. Hacerles sentir que pueden arriesgarse a tomar iniciativas sin deterioro
de su seguridad.
La consistencia.
El estilo de liderazgo no es una técnica de manipulación que se pone en juego
cuando las cosas no se hacen como uno quiere, o se enfrenta una crisis. Por el
contrario se convierte en un marco de valores, en un reflejo del propio
carácter, de quién es y en qué se está convirtiendo uno mismo.
La
integridad. Armonizar honestamente
las palabras y los sentimientos, con los pensamientos y los actos. Tener la
aspiración de hacer el bien a los demás, sin el menor deseo de engañarlos, de
aprovecharse de ellos, manipularlos ni de controlarlos. Revisar constantemente
la propia congruencia.
Muchos piensan que estos principios e ideales solo se
pueden hallar en líderes sobresalientes como Mahatma Gandhi, pero que son
difíciles de encontrar en la vida cotidiana. Gandhi respondió a esta
preocupación así:
"No tengo dudas que cualquier hombre o mujer podría
haber logrado lo mismo, si hubiera hecho el mismo esfuerzo, y sostenido la
misma esperanza y la misma fe que yo".
El líder que opera sobre la base del poder centrado en
principios, descubrirá que es más cuidadoso en lo que exige a los demás, pero
que tiene más confianza en hacerlo. A medida que aumente su entendimiento de la
relación entre el poder y el liderazgo, crecerá su capacidad para dirigir e
influir en otros sin forzarlos. Y experimentará la poco habitual paz mental que
emana de ser un líder más sabio y eficaz.
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